lLA MORTAJA DEL LIBERTADOR

LA MORTAJA DEL LIBERTADOR FUE PRESTADA:
Al buscar en las cosas extrañas o simplemente increíbles que acompañaron el transito final del Libertador, prisionero entre las cuadradas formas de la Quinta de San Pedro alejandrino, en la hermosa ciudad colombiana de Santa Marta hay dos realidades que nos acompañan.
El hombre que dio la libertad a medio hemisferio americano murió en casa ajena y con camisa prestada. Ajena la casa y aunque propiedad de un caballero español, no pudo sentirse ni en su propia casa ni en el país ni en donde la ciudad donde nació.
En cuanto a la camisa se tiene como seguro que perteneció al general venezolano, nacido en la ciudad de El Tinaco, Estado Cojedes José Lauriano Silva, uno de los líderes del tiempo de la emancipación y quien para el momento, (1830) el grado de general de División al que había ascendido después de la acción militar del Pórtete de Tarquí en que las tropas ecuatorianas comandadas por Sucre 1830 fue un año de terrible momentos: era el final de ciclo heroico y Sucre ya había muerto Bolívar lo acababan las fiebres y las tristezas pero, por esos momentos estelares de la vida de los hombres, la historia se detiene sobre la cabeza de Silva y lo señala para que sea un símbolo eterno de lealtad al hombre y de todos los pueblos.
La mañana moría y empezaba la tarde del diecisiete de diciembre de 1830y al no llegar el oxigeno al celebro de Bolívar expiró. A lo ignoto voló aquel espíritu superior pero los despojos humanos, atados a la tierra, estaban desnudos y solitarios sobre el lecho de muerte.
No había ropajes de lujo como otrora, nada de sedas ni linos para vestir al más grande de los hombres. Rodean al Libertador puros hombres y Bolívar no tiene camisa con que amortajarlo. La que tiene puesta está rota dice Reverend. Esto quizás sea un ejemplo para que las generaciones posteriores al Libertador superen la injusticia que se agolpó sobre la cabeza de quien liberó seis naciones.
Bolívar el que nació en cuna de oro, al que le sobraban vestidos y sirvientes se enfrentaba siendo ya un despojo humano al duro trance de ser enterrado con una camisa rota y raída... Pero Silva, en posición que lo eterniza, con piedad, con respeto al comandante de todos los días y de todos los tiempos, con sentido de servicio, fiel, obediente, atento subalterno, trae una de sus camisas y amortajan al Libertador.
Nadie puede saber que sintió Silva. Estaba cumpliendo uno de los deberes como Albacea del muerto inolvidable.
Y a la historia pasa, como los bíblicos ayudantes de Jesús, la figura de Silva cumpliendo más allá de todo su deber y su amistad.

Por el profesor Juan de Dios Sánchez
Asesor histórico del:
Ministerio de la Defensa,
República de Venezuela
JUNIO DE 1999
HALLADO POR: LIC.EDUARDO ROJAS